LA PARED EN BLANCO 2
Una delgada línea separa la revolución del inicio de espectáculo. Una delgada línea transitoria que anima el cotarro en las gradas o en las trincheras, que asombra, enfurece, descoloca y aterra y a veces hasta hace reír al enemigo o al espectador. En estos tiempos veloces que corren los rock’n roll star se vacían de contenido tan rápido como tristemente se banalizan los muertos en cualquier contienda lejana. En estos tiempos veloces todo se pudre con idéntica celeridad. Tan rápido como un fogonazo, un destello, un relámpago. La actualidad se lima en la historia con un chasquido de dedos maquillados de pasado. No digerimos los hechos. Tan sólo los llevamos de la boca al estómago sin pasar por la cabeza, sin detenernos a pensar, casi sin masticar. Los símbolos encierran secretos que tan solo desvelamos con los ojos entreabiertos del alma, esos que desde pequeños tenemos abiertos de par en par y que la socialización se encarga de ir cerrándonos con mayor o menor éxito.
El Che siempre soñó con ser una rock’n roll star, una crisálida ambigua venciendo o muriendo a los pies de un escenario, sin más aspavientos que un atronador punteo de guitarra eléctrica. El Che soñó siempre con una trinchera en forma de camerino, con un puro habano en forma de micrófono afónico. Algo que le hiciera parecer más humano. Héroe, pero también más humano, lejos de aquella metralla salvaje que terminó maquillándole el cuerpo para siempre.
El Che siempre soñó con ser una rock’n roll star, una crisálida ambigua venciendo o muriendo a los pies de un escenario, sin más aspavientos que un atronador punteo de guitarra eléctrica. El Che soñó siempre con una trinchera en forma de camerino, con un puro habano en forma de micrófono afónico. Algo que le hiciera parecer más humano. Héroe, pero también más humano, lejos de aquella metralla salvaje que terminó maquillándole el cuerpo para siempre.
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