LA PARED EN BLANCO 4
La virgen de occidente llora sangre por el imperio, por el segundo mundo, por el tercero y por todos los demás. Como una médium estigmatizada expulsa el dolor desde lo más profundo de sus córneas de argamasa. Su vientre oculta avergonzado a su hijita libertad, abortada y muerta en su seno casi desde el principio, y sabe tristemente que su esterilidad es la nuestra, pero tiene que seguir disimulando sola, abandonada, ultrajada y sobrepasada de hartazgo por contener una concepción contrahecha.Un puñado de promesas rotas la empapan, como si la isla de Ellis hubiera sido tragada por un mar embravecido con indecorosa frustración. Para mantener el tipo recuerda cómo recibía inmigrantes europeos con los ojos del hambre y el sueño del futuro intacto. En ese tiempo mantuvo los dos brazos en alto para abrazarles, hasta que por decencia dejó caer uno.Hasta aquí se expone la teoría del dolor interno. Mas hay otra excusa para sus ojos enrojecidos: Es la teoría exógena. La estatua como símbolo de occidente, atacada con cócteles molotov de pintura roja que dan de pleno en sus ojos de piedra. No significa nada y la abandonamos, la ultrajamos como si fuera la diana de nuestro propio asco absurdo. Pero ella mantiene inamovible la llama de un fuego fracasado incluso antes de prender.Pero lo peor de todo no es aquello que sus ojos no ven sino todo aquello que aún está por ver, por venir, también para nosotros, tuertos en un imperio de ciegos. Quizá sea en esa ceguera suya, hecha de pintura seca o de beatas lágrimas brotadas, cuando la puta de occidente o la virgen de las libertades logre al fin descansar en paz.